Comentario
Babilonia extendió su urbanismo por ambas márgenes del río Eufrates, arteria que la cruzaba en dirección norte-sur. Toda su superficie quedó salpicada también de extraordinarias construcciones civiles, algunas de las cuales se conocen gracias a las ruinas que de ellas han llegado.
La ciudad, durante su etapa caldea, estuvo fortificada con dos líneas de murallas. La exterior, de la que se conocen pocos tramos (11,30 km) y ninguna puerta, se levantó en la margen oriental y encerraba campos de cultivo y el llamado Palacio de verano por el norte. La interior, en cambio, fue mucho más compleja (18 km de perímetro), pues contaba con un triple cinturón defensivo, esto es, una línea de tres murallas con un espesor total de 17,70 m: una interior y más alta, de adobe, llamada Imgur-Enlil (6,50 m), una segunda, central (7,20 m), también hecha de adobes, y, tocando a ésta, una tercera o exterior (4 m), de ladrillos, llamada Nemet-Enlil Este triple cinturón, que se hallaba reforzado de tramo en tramo con torres salientes, estuvo rodeado de un foso de unos 50 m de anchura, conectado con el Eufrates, por lo que el recinto de la vieja Babilonia quedaba convertido, a voluntad, en una verdadera isla.
Dentro de este circuito de murallas, evaluadas tan fantásticamente en su longitud, anchura y altura por algunos autores clásicos (Heródoto y Ctesias, por ejemplo), y hoy todavía no excavadas sistemáticamente, se hallaban los templos y también significativas construcciones civiles de extraordinaria magnificencia y belleza.
La propia muralla y el foso dividían por el norte dos fastuosos palacios. Uno, el Palacio del norte, o palacio principal, parcialmente excavado, fue levantado por Nabucodonosor II ya al final de su reinado. Para ello hubo que rellenar el foso de agua y construir un potente bastión exterior de piedra caliza y formar así una línea defensiva complementaria al otro lado de la muralla. Lo más significativo de este monumento fue el gran salón que destinó el rey Nabucodonosor II (ampliado después por Nabónido) a Museo de Antigüedades -llamado Gabinete de maravillas de la humanidad-, el primer ejemplo de un museo en la historia, y en donde han aparecido, entre otros restos, un famoso león de basalto, dos estatuas de un gobernador de Mari, estelas asirias e hititas y diversas obras de época neosumeria.
El otro palacio, resguardado por la muralla urbana, fue construido por Nabopolasar (625-605), reformado y ampliado por su hijo Nabucodonosor II (604-562) y acabado por Nabónido (555-538): es el Palacio del sur, denominado en los textos, a causa de su magnificencia y esplendor, Morada resplandeciente y Centro del país, ubicado entre la Vía de las Procesiones al este, el Palacio del norte por la zona septentrional, por una ciudadela de gruesas murallas, llamada Halsu rabitu, al oeste, y por el canal Libil-hegalla al sur. De planta trapezoidal (322 por 190 m) comprendía cinco grandes patios separados por puertas y corredores rodeados por numerosas estancias a modo de unidades-casa, evaluadas en más de 200 por los excavadores. La entrada, situada al este, sobre la Vía de las Procesiones, daba acceso a un alargado vestíbulo, desde el cual se pasaba, sucesivamente, a dos patios. Ambos patios y sus aposentos anejos estaban destinados al personal de guardia y a los servicios administrativos. Por una entrada monumental, situada también al este y decorada con hermosos ladrillos vidriados, se llegaba al patio más importante (60 por 55 m), desde el cual, mediante tres puertas -la central más elevada-, con bóvedas de cañón, se pasaba al Salón del trono (17,50 por 52 m), abovedado y decorado con ladrillos vidriados, que se hallaba sobre la fachada sur del patio. Más al oeste estaba el primitivo palacio de Nabopolasar, cerrado en su lado occidental por la ciudadela Halsu rabitu, antes citada, con muros de 25 m de espesor, que daba ya al Eufrates.
Mucho más al norte (en lo que hoy es Tell Babil), fuera del núcleo urbano, Nabucodonosor II construyó en medio de jardines y palmerales su Palacio de verano, llamado así por la especial disposición de sus muros, dispuestos para proporcionar frescor.
Una de las siete maravillas del mundo antiguo, según la tradición clásica, fueron los Jardines colgantes de Babilonia, que todavía hoy excitan la admiración y el interés general. La tradición señala que fueron construidos por la famosísima reina Semíramis, aunque un escritor babilonio, Beroso, contemporáneo de Alejandro Magno, los atribuyó a Nabucodonosor II, quien los levantaría para su esposa Amytis, hija del rey medo Astiages, a fin de que no sintiese nostalgia de las montañas de su lejano país, repletas de árboles y flores.
Dado que en el ángulo nordeste del Palacio del sur se descubrió una larga estancia (42 por 30 m) con 14 pequeños aposentos (siete por cada lado), perfectamente sólidos y abovedados, con enormes muros paralelos, y también, en una habitación cercana, un tipo insólito de pozo, formado por tres conductos unidos que habrían posibilitado la elevación de agua (noria hidráulica), se pensó que tales estructuras debieron servir como parte de los cimientos de las terrazas de ladrillos de los Jardines colgantes.
Hoy se sostiene, con mejor fundamento, que tales aposentos fueron estancias administrativas (incluso se hallaron en ellas listas con raciones alimentarias para los deportados judíos) y que los Jardines se situaron en el sector noroeste, por el lado occidental del Palacio del norte y de la ciudadela Halsu rabitu, sobre terrazas de distintos niveles, formando así una verdadera montaña artificial, cubierta de verde arbolado.
También causaba gran admiración, dado el escasísimo número que de este tipo de construcciones existió en Mesopotamia, el puente que franqueaba el río Eufrates a su paso por Babilonia. Tal puente, el más antiguo del mundo, se levantaba sobre ocho pilares de caliza y ladrillo (han aparecido siete), de 9 m de espesor y situados a 9 m de distancia entre sí, totalizando una longitud mínima de 135 m. La forma de los pilares era aquillada a fin de que el agua no hiciera excesiva presión sobre sus bases. A su alrededor, y en cada lado del río, se hallaban malecones y oficinas, propias de un grandioso muelle fluvial, donde radicaba el karum o mercado central babilónico. Algunos autores hablan de que la calzada del mismo consistía en unas planchas de cedro y ciprés, colocadas sobre largos troncos de palmeras; otros piensan en unas pasarelas de madera, tendidas de un pilar a otro y que deberían quitarse para permitir el paso de las embarcaciones con mástil alto o para impedir la entrada de indeseables en el corazón de la ciudad. Se trataría, si se acepta esto, de un verdadero puente movible. Fue construido por Nabopolasar y restaurado por Nabucodonosor II.
Los reyes de la Dinastía caldea (625-538) centraron su actividad arquitectónica también en otras importantes ciudades de su área de dominio. Tales actividades estaban motivadas ante todo por razones religiosas, pero también por el gran interés personal que sintieron por la historia del pasado mesopotámico y por la recuperación de antiguos objetos artísticos, que recogieron y atesoraron en sus palacios. Borsippa, Sippar, Kish, Nippur, Uruk, Isin, Larsa y Akkadé (que todavía subsistía), fueron ciudades que conocieron reformas y reconstrucciones arquitectónicas en la etapa neobabilónica. A modo de botón de muestra sírvanos recordar la magnífica ziqqurratu que se levantó en Borsippa (hoy Birsh Nimrud), muy cerca de Babilonia, creída durante muchísimo tiempo como la verdadera Torre de Babel. Dicha torre escalonada, construida por Nabucodonosor II, y llamada Eurmeiminanki (Casa de los siete conductores del cielo y de la tierra), junto al majestuoso Ezida (el templo de Nabu), de la que todavía subsisten 47 m de altura, competía en belleza con la propia Etemenanki de Babilonia.